domingo, 6 de noviembre de 2011

Reflexiones y Sugerencias


Como padre agradezco enormemente el Plan de lectura que se inicia. A la facilidad de acceso a los libros actual se opone una preeminencia desmesurada de la imagen como medio de transmisión de la información, ideas y valores, que de una forma facilísima llegan a nuestras cabezas y a la de nuestros hijos e hijas. Quizás sea esta comodidad la que lleva a que demasiadas veces el libro pierda la batalla frente a la pantalla. Que se prefiera Harry Potter en el cine o incluso en la televisión. En realidad no se trata de oponer unos lenguajes a otros, aunque sí de fomentar el que hoy se ve generalmente desplazado. Máxime si tenemos en cuenta algunos de sus valores consustanciales, como la invitación a la libertad, al contacto con otros mundos desde nuestra más secreta intimidad.

Si estamos todos de acuerdo en que el fomento de la lectura debe ser prioritario en la educación de una persona ¿cómo fomentar su gusto? Seguramente a quien dé con la tecla le corresponderá el Nobel de literatura y el de la paz, como mínimo. En cualquier caso siempre es mejor hacer que no hacer, qué duda cabe.

Por si se tiene en consideración me gustaría aportar alguna sugerencia surgida de mi experiencia.

En mi entorno inmediato no había gusto ni tiempo para la lectura. Aunque lo contrario tampoco garantiza un adolescente lector -su afirmación personal deviene con frecuencia en cierta rebeldía que puede manifestarse en este punto- parece que un ambiente adecuado favorece cuando menos la siembra de una semilla que tarde o temprano florecerá. En mi caso, sin embargo, la semilla la pusieron un maestro de EGB y un profesor de BUP, dos excelentes lectores que los sábados dedicaban una hora a leernos cuentos e historias que solían quedar inacabadas para continuar el próximo sábado. Esto hacía que "buenos" y "malos" estudiantes esperásemos con ganas la reanudación de la lectura.

La semilla entraría en contacto con el abono adecuado más tarde, tras unos primeros escarceos. Por simple imitación, por no ser menos e incluso porque aquello se revestía de cierto glamur, comencé a intercambiar libros con otros compañeros y compañeras (¡cuántos libros sirven de vehículo para el flirteo!) a los que parecía que aquello gustaba. Uno leía con esfuerzo y concentración esporádica, entre ensoñaciones futbolísticas y amatorias, para luego comentar y dejar claro que se leyó tal o cual libro, tal o cual autor.

Sin embargo, aquellos intercambios sociales fueron poco a poco perdiendo sentido. El libro como signo de prestigio fue dejando paso al libro amigo, al que aporta consuelo, recursos vitales y goce de verdad. Éste tipo de libro o mejor de lector queda muy bien retratado en el excelente artículo Un muchacho con un libro, de Pérez Reverte: "cuando levanta la vista sostiene el volumen con ese tacto familiar, confianzudo, de quien siente con un libro en las manos el mismo consuelo, o confianza, que un pistolero al sopesar un revólver con seis balas en el tambor". Ahora sí, la semilla encontró el abono adecuado, esto es, la toma de conciencia sobre un mundo complicado y rico, a menudo hostil y, la imperiosa necesidad de encajar en él. Todo esto, más o menos inconsciente, me llevó a leer, en última instancia, porque sí, porque me dio por ahí. En este punto la elección de los libros, no desdeñando la recomendación, perseguía y persigue ajustarse a mis gustos que a la vez se iban y se van ajustando con la lectura. Se abrió un camino sin fin...

En resumen, de este acercamiento a mi experiencia lectora, entresaco por si sirve lo siguiente: la importancia que tiene una lectura amorosa y relajada por parte del docente que disfruta con ello y sólo busca entretener; la oportunidad que ofrece la importancia que se concede, especialmente en estas edades, a amigos y compañeros por vía de la imitación y el estímulo a la elección del alumnado de lecturas de acuerdo a sus intereses particulares (el fútbol, el Rap, el sexo, los amigos, la informática etc. etc.) concediendo igual valor a las distintas decisiones.
Se me ocurre que quizá sería positivo apostar por una "desacralización" de la considerada buena literatura, de los clásicos. El catedrático de literatura Andrés Amorós ha repetido en muchas ocasiones que toda lectura es bienvenida, pero es que además difícilmente puede acercarse uno a un libro o autor que haya alcanzado "las cotas más altas de la cumbre de la Literatura Universal".

Por último me viene a la memoria una recomendación del filósofo Emilio Lledó, para quien las bibliotecas escolares y universitarias españolas deberían acercarse al modelo alemán, donde el alumno se acerca a los libros libremente. Sin el "guardián" de turno como intermediario, los libros son ojeados y manoseados a discreción; estableciéndose así una relación de cercanía que compensa con creces las pérdidas y deterioros que pudieran producirse.

Miguel Rueda

2 comentarios:

Carmen dijo...

Suscribo la mayor parte de tus reflexiones y sugerencias, Miguel. Hasta a los que ahora somos buenos lectores nos contó arrancar. Cien año de soledad es uno de mis libros favoritos y cuando lo cogí por primera vez con 15 años, fui incapaz de leerlo. Siempre pienso que el día que no pueda leer, por la edad o por cualquier injusta enfermedad, la vida no tendrá mucho sentido. Eso es para mi la lectura.
Y sólo espero dejar este legado a mis hijos...

Miguel dijo...

Menudo legado :-)